Espacio ecléctico

El casi desconocido acto de ser un buen vecino
Es notable cómo la dejamos de evolucionar y empezamos la inversa del término, involucionar, y esto resulta contradictorio, lo reconozco, y ¿ Cómo que en pleno siglo 21, me atrevo a hacer tal aseveración?
Y más aún cuando está a todo lo que da, la tan traída y llevada bandera de la tecnología de punta, la inteligencia artificial, los más innovadores proyectos científicos, y la lista puede seguir, sin embargo, hemos perdido la visión, y se ha descobijado al grupo social más vulnerable, el conformado por los vecinos, para ser más específicos, a nuestros vecinos, sí, esas familias que viven a un lado de nuestras viviendas, o en la acera de enfrente, en alguna esquina cercana a nuestra morada, o también aplicable a los de espaldas de dónde se encuentra nuestra “pobre casa”.
Y es que a cada sujeto social, le toca reaccionar diferente ante la aplastante ola tecnológica, en tanto que algunos la tomamos a nuestro favor para, investigar, aplicar y usar lo que nos brindan estos avanzados tiempos históricos, hay otros grupos sociales, que me gustaría señalar como una minoría, pero nada más falso que eso, millones de seres humanos, que no bien, despiertan, y ya están viendo los reels en Facebook o Instagram, que no acaban de abordar a temprana hora el transporte colectivo, y se encuentran invadiendo el bendito silencio, con su celular a todo volumen, estacionado en tik tok, viendo una tontería tras otra.
Y si bien es cierto que hay libertad de elección, también lo es que su derecho acaba donde empieza el del otro, sí ese otro, que por te toca ser tú, que, en un total estado de ignorancia comunal, cree que no molesta el que su celular esté a todo volumen, y que todo el colectivo se empape de la desafortunada elección de un pasajero, pero, dejemos al transporte urbano, eso de alguna manera es transitorio, y de suerte, una vez que el pasajero baja de la unidad, será devorado por las olas de la mancha urbana, perdiéndose del todo con sus videos de tik tok.
Lo verdaderamente desesperante, es que muy cercano vivan este tipo de seres, sí, esos que a las 7 de la mañana, de cualquier día, laborable o no, eso es algo intrascendente para estos especímenes, taladran la paz social con los más abroncojantes sonidos emitidos por bocinas, adquiridas en Copel o en el tianguis, y que su dimensión sobrepasa los límites de lo permitido para una casa habitación, y ya sea corridos tumbados, narco corridos, banda o reguetón, son el desquite de los traumas para los que se sienten “los chidos del barrio”.
Es hasta digno de una película ver cómo de manera “sutil” dentro de los límites de una misma cuadra, unos y otros vecinos compitan por tener el volumen más alto, y los sonidos más perversamente desagradables, que quizás algunos llamen música, las pareces de unicel, de ladrillo hueco o de tablaroca, no dejan de retumbar, ante la mirada atónita de algunos seres humanos, que por azares del destino, cohabitan en los mismos límites territoriales de los que, decidieron robar la tranquilidad y el silencio de un espacio vecinal.
Y es que es algo con lo que vivimos dentro de la urbanización, y que debemos sufrir, aguantar, tolerar, y poner en práctica la “política del buen vecino” esa que da a entender que -no exijas tu paz mental, tu espacio de silencio y tranquilidad, puesto que “debemos respetar al vecino.”-
Creo que no sé qué es tener un buen vecino, sí de esos que salen en las películas, que te dan la bienvenida cuando llegas a una nueva comunidad vecinal, ni de los que acuden en tu auxilio en caso necesario, o hasta de los que llevan alimentos a las personas convalecientes, no eso es un mito.
Yo conozco de los que dejan a sus hijos pequeños jugar a deshoras en la calle con riesgo de sufrir accidentes, de los que encienden el estero de su auto, afuera de su casa, para que todo el vecindario escuche su desafortunada selección musical durante horas que se vuelven eternas, yo conozco de los vecinos que riegan su propio pasto y hasta trazan una línea para que ni una gota de “su agua” se pase al pasto del vecino de al lado.
He tenido vecinos gritones, groseros, violentos, apáticos, mataperros, delincuentes, futbolistas invasores de cocheras y tranquilidades, chismosos, y lo que se guste agregar a esta lista.
Y es que, me queda claro, que aparte, la familia, la célula más importante de una estructura social, son todos los que conforman un barrio, una colonia, un coto, una calle, y ese es quien lee, y quien escribe estas líneas, por lo que quiero llegar a la reflexión de ¿Qué tanto cuesta ser un buen vecino? ¿Será un arte perdido? O, tal vez nunca ejercido y desconocido para todos.
Empecemos a ser conscientes y respetar los límites de los demás, y entender, que siempre, a un lado de nosotros, habrá otra persona, que a lo mejor, no disfruta con las inconscientes decisiones de romper con la armonía colectiva.
Gracias por leerme.
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