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El  casi  desconocido  acto  de  ser un  buen  vecino

gloria patricia aceves
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Espacio ecléctico

gloria patricia aceves

El  casi  desconocido  acto  de  ser un  buen  vecino

Es notable cómo la dejamos de evolucionar y empezamos la inversa  del  término, involucionar,  y  esto  resulta contradictorio, lo  reconozco,  y ¿ Cómo  que en pleno  siglo  21, me   atrevo  a  hacer   tal  aseveración?

Y más  aún  cuando  está  a   todo lo que da,  la  tan  traída  y llevada  bandera  de la  tecnología  de  punta,  la inteligencia artificial, los más innovadores proyectos científicos,  y la lista puede seguir, sin embargo, hemos perdido la visión, y se ha  descobijado  al grupo social  más vulnerable,  el  conformado por los  vecinos, para  ser más  específicos, a  nuestros  vecinos,  sí,  esas  familias  que   viven  a un lado  de  nuestras  viviendas,  o en la  acera  de enfrente, en  alguna  esquina  cercana a nuestra  morada, o  también  aplicable  a los  de espaldas de dónde  se  encuentra  nuestra “pobre casa”. 

Y  es  que  a  cada  sujeto  social,  le toca  reaccionar  diferente   ante la aplastante ola  tecnológica, en  tanto  que algunos  la  tomamos a nuestro  favor  para,  investigar,  aplicar y  usar lo que nos  brindan  estos  avanzados  tiempos  históricos,  hay otros  grupos  sociales,  que me   gustaría  señalar como una  minoría, pero nada más  falso  que  eso,  millones  de   seres humanos,  que no  bien,  despiertan,  y ya  están  viendo  los reels  en  Facebook o Instagram,  que no acaban de abordar  a temprana  hora el  transporte  colectivo, y  se   encuentran invadiendo  el  bendito  silencio,  con  su  celular a todo  volumen,  estacionado  en  tik tok, viendo una  tontería  tras otra.

Y   si  bien  es  cierto  que hay libertad  de   elección,  también lo  es  que  su  derecho  acaba donde empieza el  del otro,  sí  ese  otro,  que  por te toca  ser  tú,  que,  en un  total  estado  de  ignorancia comunal, cree  que no molesta   el que  su celular  esté  a  todo  volumen, y que todo el  colectivo  se empape  de la  desafortunada   elección de un pasajero, pero,  dejemos  al  transporte  urbano, eso  de alguna manera es transitorio,  y   de  suerte,  una   vez  que  el pasajero  baja  de la unidad,  será  devorado por las olas de la mancha  urbana, perdiéndose  del  todo  con  sus  videos  de tik  tok.

Lo verdaderamente desesperante,  es que  muy  cercano vivan  este tipo  de   seres,  sí,  esos que a las  7  de la mañana,  de  cualquier  día, laborable o  no, eso  es algo  intrascendente  para  estos  especímenes,  taladran  la paz  social  con los más  abroncojantes sonidos  emitidos por  bocinas,  adquiridas en  Copel o  en el  tianguis, y que  su dimensión  sobrepasa los límites de lo permitido  para una  casa habitación,  y   ya  sea  corridos tumbados,  narco corridos,  banda o  reguetón, son el desquite de los traumas para los  que  se  sienten “los  chidos del barrio”.

Es  hasta  digno  de una película  ver cómo  de manera  “sutil”  dentro  de los límites  de  una misma  cuadra,  unos  y  otros  vecinos compitan por tener el  volumen más alto,  y los sonidos más perversamente  desagradables,  que  quizás  algunos llamen  música, las pareces de unicel,  de  ladrillo hueco  o  de   tablaroca,  no  dejan  de retumbar,  ante la mirada  atónita  de algunos  seres  humanos,  que por  azares del  destino,  cohabitan  en los mismos límites territoriales  de los  que, decidieron  robar la  tranquilidad  y el  silencio  de un  espacio vecinal.

Y es que  es algo con lo que vivimos  dentro  de la urbanización, y que  debemos sufrir, aguantar,  tolerar,  y  poner en práctica  la “política del  buen  vecino” esa  que  da   a   entender  que -no exijas tu paz mental,  tu  espacio  de   silencio  y tranquilidad, puesto  que “debemos  respetar al  vecino.”-

Creo  que no  sé  qué  es  tener   un  buen  vecino,  sí  de   esos  que  salen  en las películas,  que  te   dan la  bienvenida  cuando  llegas  a  una nueva comunidad vecinal,  ni  de los  que acuden  en  tu auxilio en  caso  necesario,  o  hasta de los  que llevan  alimentos  a las personas  convalecientes,  no  eso  es  un mito.

Yo conozco  de los  que  dejan  a sus  hijos pequeños jugar a deshoras en la  calle con  riesgo  de  sufrir  accidentes,  de los  que encienden  el  estero  de  su  auto,  afuera  de su  casa, para  que todo el  vecindario  escuche su desafortunada   selección musical durante horas  que  se   vuelven  eternas,  yo  conozco  de los  vecinos  que  riegan  su propio pasto  y   hasta  trazan una línea  para que ni una  gota  de “su  agua” se pase al pasto  del  vecino  de   al lado.

He tenido vecinos gritones, groseros, violentos, apáticos, mataperros,  delincuentes,  futbolistas  invasores  de   cocheras y tranquilidades, chismosos, y lo  que  se  guste  agregar  a  esta lista.

Y es que, me  queda claro, que aparte, la familia,  la célula más importante de una  estructura  social,  son todos los  que  conforman un  barrio,  una   colonia,  un  coto, una  calle, y ese es quien lee,  y  quien  escribe  estas líneas, por lo  que  quiero llegar  a  la  reflexión  de ¿Qué  tanto  cuesta  ser un  buen  vecino? ¿Será un  arte perdido? O,  tal  vez nunca  ejercido  y desconocido para todos.

Empecemos  a ser conscientes y  respetar los límites de los demás,  y entender,  que siempre,  a un lado de   nosotros,  habrá  otra persona, que a lo mejor,  no  disfruta con las inconscientes decisiones de romper con la armonía colectiva.

Gracias por leerme.

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