Sociedad y otros demonios
Susana Aceves Ascencio
Hace tiempo conocí a un joven sencillo y humilde, que siempre andaba con actitud positiva, buscando el lado bueno de las cosas y haciendo todo lo que se le pedía (y un poco más) en el trabajo. Gradualmente, se fue ganando la confianza de su jefe, hasta que se convirtió en su mano derecha. Nadie pensaría que aquel chico, en su primer trabajo, llegaría a tener el lugar más privilegiado de la mesa. Pues era inexperto, sin grandes logros en la vida y mucho menos conocimientos para dominar el tema.
Sin embargo, en todo momento, él aprovechaba la oportunidad para demostrar su lealtad y su osadía ante las pruebas que se le presentaban en el día a día, siempre con el objetivo de agradar al jefe, con su entrega, disposición y comunicación. De todo lo enteraba, sin filtros le daba la información, llegando al punto en el que sólo confiaba en su palabra. Ya no escuchaba a la contra parte, ya no existía la segunda versión de los hechos, la objetividad lentamente pasó a segundo plano.
Desde entonces, se volvió la persona con más poder de influencia sobre el jefe. Nada mal para un principiante, encontrarse en el círculo de poder, sin el perfil que eso demanda.
En el nivel de decisores a dónde él se posicionó, es donde se vuelve importante entender el juego del poder, es imprescindible estar informados, preparados y conscientes sobre la posición en la que estamos, para decidir, controlar, manipular y ejecutar perfectamente las piezas del juego del que somos parte.
En este punto, caemos en el juego de la manipulación y de los egos, siendo como los peones de un juego de ajedrez, en el que siempre seremos los primeros en la línea de fuego. Y sin darnos cuenta, nos volvemos las personas más vulnerables y presas fáciles de entes perversos que buscan llevarse la mejor tajada.
Estar cercanos a las personas que están en el círculo de influencia y poder, no nos garantiza que siempre seremos parte de él, nuestra actuación una vez llegando ahí, tal vez sí.
La política es el ejemplo más claro. Es tan excitante cuando empezamos a probar las mieles del poder, que, en algún momento nos atolondra. Y a cualquiera, aún a los de actitudes más humildes y empáticas, el poder les puede nublar la razón, subirlos al ladrillo y marearlos.
En una vía de ida y vuelta, la manipulación se da muy fácilmente, cuando la persona de la que se quiere sacar el beneficio es insegura, sin criterio, sin conocimientos en el tema y nula experiencia. El secreto está en hacerle creer que ella tiene el control sobre todo lo que pasa a su alrededor y “endulzarle el oído” con lo que quiere escuchar, por esta razón muchas veces el manipulador termina siendo el manipulado. Se sabe que todos tenemos un precio, ya depende de nuestros valores, principios y motivaciones lo que nos lleva a creer que somos los reyes del ejido.
El ego y el poder, poco a poco nos pueden envolver y embriagar hasta perder la razón y la conciencia. En este punto el chico de la historia, sigue perdido y confundido, todavía no se sabe a ciencia cierta si recobre la cordura y ponga los pies sobre la tierra, ya que la caída en las alturas es más fuerte y muchas veces no podemos recuperarnos de ella. Es un hecho que en la bajada nos encontraremos con las mismas personas que estuvieron en el camino hacia el estrellato, pisotearlas o conservarlas depende de nosotros.
La realidad es que no todos estamos preparados para tener el poder, conlleva mucha responsabilidad de por medio. Lo ideal sería utilizarlo en beneficio del colectivo, y no sólo para el nuestro. Hay que recordar que todo tiene una fecha de caducidad y que antes de lo imaginado, el poder se pierde cuando nos expulsa de sus esferas más cercanas.
En conclusión: si en algún momento de la vida tenemos el privilegio del poder, es nuestra decisión usarlo en beneficio o en perjuicio del bien común. Recuerda que al final del camino, sólo quedamos nosotros y el resultado de nuestras acciones.