Domo Político

El deber indeclinable de la izquierda: una figura firme entre el lodo y el olvido
En los días en que la política nacional parece haber cedido a la lógica de la administración sin alma, y cuando la izquierda corre el riesgo de diluirse entre tecnocracias progresistas y cálculos de encuestas, resurgen con vigor nombres que, si bien no brillan en las marquesinas del espectáculo legislativo, representan lo más digno de nuestra lucha histórica: el diputado federal José Luis Sánchez González, del Partido del Trabajo.
Pocas veces en el México contemporáneo puede trazarse una línea tan nítida entre ideología, acción y territorio. A diferencia de los cuadros migratorios que brincan de siglas como de banquetas, Sánchez González ha perseverado en el mismo cauce desde su origen: la izquierda con rostro humano, con pies descalzos que caminan entre barrios pobres, y con la mirada fija en una justicia aún por concretarse. No ha buscado la izquierda como bandera para ascender, sino como deber indeclinable frente a una realidad que, para millones, sigue siendo violenta, injusta y ominosa.
En un país con más de 100 mil desaparecidos reconocidos oficialmente, donde Jalisco representa no sólo cifras sino una fosa abierta sobre la conciencia nacional, el legislador petista ha asumido una postura que no rehúye la tragedia ni la convierte en discurso hueco. Denuncia lo innombrable, convoca a foros, interpela al Poder Ejecutivo, y lo hace no desde el cálculo electoral, sino desde la ética de lo humano, que es la ética más alta que puede asumir un representante popular.

Cuando Sánchez González afirma que “cada persona desaparecida es una tragedia que enluta a la Nación”, no habla en abstracto. Habla desde los testimonios que ha recogido en el terreno, desde las madres que le muestran fotos corroídas por el tiempo, desde los huesos aún calientes que emergen de los campos de exterminio disfrazados de brechas rurales. Y frente a ello, plantea una exigencia clara: verdad, justicia y paz como obligaciones del Estado, no como dádivas.
Del mismo modo, al abanderar el derecho a la vivienda para los trabajadores, el diputado actualiza un viejo principio de la Revolución Mexicana que se ha querido borrar del marco constitucional. La vivienda no es una mercancía ni un botín de créditos hipotecarios, sino una garantía material para el desarrollo de la dignidad humana. Su insistencia en este punto revela un entendimiento profundo de la estructura de clase, del despojo urbano, y de la urgencia de retomar la ciudad como espacio de justicia y no de expulsión.
Frente a la banalización de la política, Sánchez González ha optado por la densidad del trabajo territorial, por la pedagogía comunitaria, y por la coherencia legislativa. No es un operador de pasillos ni un gestor de frivolidades: es un político de la escuela del pueblo, de la militancia austera y la palabra congruente.

Desde esta perspectiva, su fidelidad al principio de “Primero los pobres” no es un eslogan sino una praxis cotidiana. En él no se trata de una lealtad personal al presidente Andrés Manuel López Obrador, sino de una adhesión histórica a las causas populares que hoy busca revitalizar el movimiento de la Cuarta Transformación. Su vinculación con el proyecto de Claudia Sheinbaum parte del mismo lugar: del compromiso con un nuevo humanismo, no del reparto de cuotas.
Es cierto: Sánchez González no es infalible, y enfrenta los mismos desafíos que todo luchador honesto en un régimen híbrido donde coexisten la transformación y la inercia. Pero su figura representa una reserva moral para la izquierda, una memoria activa de lo que fuimos, de lo que aún no hemos logrado, y de lo que debemos seguir defendiendo con entereza.
En tiempos de restauraciones disfrazadas y progresismos sin contenido, José Luis Sánchez González nos recuerda que la izquierda verdadera no pide permiso, no se rinde, y no olvida. Porque hay heridas que no deben cerrarse sin justicia, y hay causas que no deben abandonarse por conveniencia.
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