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La decadencia política: un virus de múltiples templos

Patricia Alvarado Defensora de Derechos Humanos
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Patricia Alvarado Defensora de Derechos Humanos

Guadalajara, Jalisco. La decadencia política: un virus de múltiples templos no nace
únicamente en los palacios de gobierno ni en los congresos de los estados; se filtra desde
muchos otros espacios donde anida la ambición. Las religiones, las asociaciones civiles,
incluso los colectivos que alguna vez surgieron con ideales nobles, no están exentos. Allí
donde hay poder, aunque sea simbólico, germina la posibilidad de corrupción e impunidad.
Lo más desconcertante es cuando esa degradación moral se manifiesta en personas que
conoces. Aquellas personas que alguna vez compartieron principios contigo, que se
indignaban con las injusticias, de pronto se ven seducidas por el ansia de poder. Cambian. Se
endurecen. Se justifican. Y lo que antes era convicción, se vuelve cálculo.
No es el poder en sí el problema, sino lo que estamos dispuestos a sacrificar por alcanzarlo.
Y esa es una pregunta que cada quien debe hacerse antes de levantar la voz o asumir un cargo:
¿quién soy cuando tengo poder en las manos? ¿Para qué se quiere el poder?
Cuando el poder permea y envilece, las palabras se diluyen, las palabras se acomodan, y la
ética se vuelve flexible.
El poder forma parte del conglomerado social. De la forma en que se use dependerá de lo
que puede lograr como moneda de cambio en la toma de decisiones. El poder es capaz de
transformar la vocación de servicio, y lo inquietante es que no muestra su cara de forma
inmediata, sino que se va filtrando por las rendijas del oportunismo a conveniencia.

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