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Había una vez un elefantito

Había una vez un elefantito
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¿Y Quién es Usted?

José Ruíz Mercado

A unos días, pocas horas, de terminar el conteo del año los momentos aparecen
al igual de posibilidades. Quien conoce el lenguaje juega, se adentra en múltiples
significados, o sólo, como ahora lo hago me paro junto a la ventana con una taza
de café en la mano.
El tiempo se presta para jugar con lo cotidiano. Presta con su multiplicidad
sígnica: préstamo, permiso, frase grandes alcances. Las adivinanzas como
afianzar cultura, afinar destrezas, juego en última instancia para afianzar la
memoria.
¿Cómo es el tiempo? Un soplo, un anciano de barba blanca como nos lo
dibujaban en esta temporada de grandes fríos, de bufandas largas, un niño gordo
y cachetón como las abuelas decían: Bien alimentado. Cambian los conceptos,
ahora, dirían los dietólogos, ese niño tiene un conflicto alimenticio. Ser gordo no es
sinónimo de salud, sino al contrario. Futuro diabético o por lo menos hipertenso.
La lengua encierra demasiados caminos. Contiene multiplicidad porque es
histórica, dialéctica. La cuentística tradicional inicia con la frase hecha de había
una vez para continuar como los aconteceres se van desdoblando uno por uno.
Los caminos por seguir, los decires, todo tiene un dónde, cuando, porqué.
Las adivinanzas tienen su cimentación en el medio (la flora, la fauna, las
costumbres), en la acuarela de condiciones. Querer decirle a un niño actual que la
felicidad no se encuentra en jugar con una tecla, sino en correr, saltar, llenarse de
lodo para luego dejarlo. A un niño habitante de una vecindad vertical, difícilmente
entenderá aquello de “agua pasa por mi casa, cate de mi corazón” ¿Qué dirá ese
niño? De seguro se rompió una tubería y a mi abuelo le va a dar el infarto.
Cada sociedad, cada grupo, tiene su grado de complejidad. Por lo mismo los
proyectos educativos, digamos, las políticas públicas dejan de ser
unidireccionales, como lo fue en otro periodo de la historia, por lo tanto, la
multipluriculturidad aparece como una necesidad (si el estado realmente tiene la
disposición de cumplir a fondo con las sociedades actuales) y sus funcionarios van
más allá del deseo, ya no de salir en la foto, sino de aparecer como personaje viral
en sus cientos de manitas alzadas. Los tiempos cambian.
Las grandes obras han pasado a la historia por infinidad de razones. El manejo
del lenguaje (llamamos lenguaje a la estructura comunicativa, sea visual, auditiva,
o de cualquier otra índole), la estructura, técnica, contenido, tratamiento temático,
pero, sobre todo, cuando responde a un sector social. Gramsci decía, cuando obra
y autor se vuelven hegemónicos. Y ponía el caso de Manzoni, con su novela: Los
Novios; obra ejemplar, sí, pero no llega a ser hegemónica por el tratamiento
superficial de los personajes protagónicos para quedarse en una versión de
época. Lo mismo va a suceder con El Paraíso Perdido, de John Milton, en donde
el discurso ideológico impide el proceso completo.
En la actualidad tenemos obras con reminiscencia del pasado, nostalgia de
épocas ya idas, vuelta a momentos de un discurso, el cual no responde a lo vivido,
pero, también, obras con tanto de actual, que difícilmente tendrá un mañana.
Decir requerimos de quien se dedique a tal o cual menester se vuelve aún más
complicado por todos los senderos actuales, la complejidad social, los factores
determinantes, los grupos con sus conflictos internos, la relación de quien dirige el

sendero (¿Quién es el Gobernador?), pero también de como se hace, se ejerce la
justicia ¿Podemos preguntar hoy día por la muerte del Comendador y decir a una
voz “Fuenteovejuna Señor?
Las obras de la contemporaneidad responden a esa multiplicidad lingüística.
Estamos a unas horas de cerrar un ciclo, de manejar otra agenda con números,
solo uno, diferente, y decir feliz nuevo año. El tiempo se presta, se comparte, se
juega, se desliza en el calendario del tiempo.

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