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Producción
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¿Y quién es Usted?
Por: José Ruíz Mercado

No se asuste, pero, un día llegamos al expendio y nos dicen: ¡No hay café el
día de hoy! Así, tajante, nada más sin avisar. Es una suposición. No se asuste,
nada más suponemos.
Preguntamos. Por toda respuesta tenemos un: buscamos productores ¿Se lo
puede imaginar? Así, de la noche a la mañana, nadie produce. Un cuento con
poca imaginación, pero posible.
Podemos hacer un historial de la toma del café. La abuela tenía una olla de
barro especial para hacerlo. Era todo un ritual. Hervir el agua. Ya en el hervor
una raja de canela, una taza con agua fría. Esperar de nuevo el hervor para
con una cuchara sopera, de las meras grandes, vaciar su contenido, detener el
hervor con agua fría y tapar la olla unos minutos. Listo para ser servido.
Después mamá cambió la olla de barro por una de peltre. La similitud era,
además del proceso, que en esa olla nada más se usaba para el café. La casa
seguía oliendo por las mañanas a café recién hecho.
El hermano mayor se fue a trabajar a los Estados Unidos, el sueño
americano. Dijo que, con sus estudios había conseguido trabajo en unas
oficinas muy elegantes. La verdad es otra; pasó de trabajador agrícola a
conserje, luego a limpia letrinas, luego lo regresaron por ausencia de papeles.
Cuántos trabajos juntos. Cuando regresó, traía, dólares, por supuesto, y
muchas ideas modernas. Ya no café en ollas, cafeteras y demás. Ahora café
soluble. Era más higiénico, menos basura y, según él, más cómodo.
Mi hermana, la más pequeña, entró a la Universidad, claro, con el dinero de
mi hermano mayor. Un buen conflicto familiar. Un pleito como los hay tantos en
la familia. En nombre de la etnia (la palabra aprendida en la escuela, de los
productos orgánicos, otra frase universitaria) el café auténtico, no es el soluble,
ese tiene grasas poliinsaturadas. Otra palabra universitaria. Y volvimos a tomar
café.
Veámoslo con otro producto. El Siglo XX cuestionó la ausencia de una cultura
propia. Digamos que el movimiento de la Revolución Mexicana se parece en
algo a mi hermana la menor. Se vino la competencia de las producciones; los
nombres y sus productos. Mariano Azuela, Sergio Lazo, Frida Khalo, Diego
Rivera, María Luisa Ocampo.
Luego ya en carrera Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Elena Garro,
Emilio Carballido, y le seguimos con José Agustín, José Revueltas, Rosaura
Revueltas, Gustavo Sainz, y le seguimos con la competencia por un Premio
Nobel.
Pero mi hermana se cansó. Y de vez en cuando le sigue la corriente al
hermano mayor. Luchar siempre llega a cansar. Los grandes movimientos se
anquilosan, pierden fuerza, sus frases se desgastan.
Entonces vienen otras, también se desgastan. Hasta es necesario usar las de
la máquina del discurso de las redes sociales, los dibujos en lugar de palabras,
las frases en texto en lugar de la voz. Mi hermana tendió a cansarse.
Mi hermana tendió a cansarse. Tendió a olvidar la frase (como Alejandro
Aura), a dejar de decir: “Hace cinco años que no crece ya mi hermano/ Mi
hermano/ mi hermano menor, mi consentido” Posiblemente ella se unió a
descrecer como mi hermano el mayor y, se unieron para hacer fortuna, se
unieron para olvidar y encerrarse en el buen vestir.

¿Qué pasará el día que los productores agrícolas dejen de hacerlo para
convertirse en conserjes de edificios? ¿Lo ha pensado? Porque en el terreno
de la cultura, hasta hoy, nadie lo pregunta.

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