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Por: José Ruíz Mercado
Sentémonos a conversar con toda tranquilidad. Volvamos a esa ceremonia del café, del aroma, de la peculiaridad de escuchar una excelente música. Sentémonos con la tranquilidad de estar en armonía con el espacio.
Me podrá decir si le interesa escuchar toda una orquesta o un solo de violín. Retomar la obra casi desconocida de Higinio Ruvalcaba o la de José Francisco Vásquez Cano.
Por cierto ¿Se acuerda el segundo apellido de Higinio? Si usted es de Yahualica es posible que sí. Y hasta ubique a la familia. Así nos entendemos en pueblo chico. Los Romero. Higinio nació en 1905. Un once de enero, y ya vino a morir en la Ciudad de México cuatro días después de su cumpleaños en 1976.
Y qué decir de José Francisco, de Arandas, quién nace un cuatro de octubre de 1896 y, fallece en la Ciudad de México un diecinueve de, creo, 1961. Sentémonos a conversar.
Vayamos a escuchar a los hijos. Siempre a la expectativa. Y es que ambos tienen en común, no sólo a padre músico. Conocido, aplaudido en su momento, para ser olvidado. Ambos con obra propia.
Dice José Vásquez Torres, el problema con la obra de mi padre está incluso en nuestro apellido. Por años busqué su obra, sus partituras, algunas las vine a localizar en La Lagunilla.
Eusebio Ruvalcaba comentaba hace algunos años, cuando se le dio el nombre de su padre a una sala del Ex Convento del Carmen: Me gusta el glamour, pero, sería más efectivo publicar su obra.
Ambos escribieron para la escena. Eusebio se dedicó con mayor fuerza a la narrativa, y por supuesto al trabajo de la crítica de música. Escribió en periódicos y revistas, al lado de grandes plumas como Víctor Roura y José Agustín.
Nació un tres de septiembre de 1951 en Guadalajara, aunque algunos dicen que fue en la Ciudad de México, falleció el 1 de febrero en esa gran urbe. Publica en una revista emblemática de Guadalajara dirigida por Raúl Caballero, actualmente radicado en Estados Unidos: Péñola.
Publica dos obras de teatro, las cuales en su momento dieron mucho por hablar: Las Dulces Compañías en 1984, La Visita en 1986.
Su obra narrativa sostiene una ironía sutil, fina, con todo el contenido de la picaresca contemporánea. Una de sus obras en esta esfera más comentada lo es, sin duda alguna: No te Amarraron las Manos de Chiquito.
José J. Vásquez Torres, cansado de las instituciones de la cultura mexicana, se va a España. Trabaja arduamente en la recuperación, difusión de la obra de su padre. Sostiene un sitio en Internet, y logra, junto con varios músicos, el montaje de algunas piezas sinfónicas.
Como dramaturgo fue discípulo de Hugo Argüelles, Vicente Leñero y Jesús González Dávila. En actuación y dirección con Sergio Rod y Manuel Bauche Alcalde.
En 1994 publica, en la Colección Tablado Iberoamericano, cuyo consejo editorial estuvo a cargo de Felipe Galván y Tomás Urtusastegui, una obra de un corte freudiano: Tras el Espejo. Una obra con todo el rigor en su tratamiento, con una sutileza, y conocimiento escénico.   Así son los hijos de los músicos. Nos dan mucho para reflexionar. Otra similitud, ambos nacen en 1951

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